lunes, 26 de enero de 2009

IL DIVO





En Paolo Sorrentino el cine italiano ve un cineasta de largo recorrido y señas de autor. Por eso no ha sorprendido la eficacia de este proceso demoledor que levanta contra Giulio Andreotti, líder de la Democracia Cristiana italiana y de la política del país transalpino durante cuarenta años. El retrato que hace de él es frío y enigmático en lo personal, cínico y sin principios en lo político, despiadado y sangrante como objeto en el que se ensaña sin paños calientes.
Auténtico cine político con el que dibuja un personaje, un partido e incluso un país, donde la verdad y la mentira se mezclan y los mafiosos pueden parecer corderitos arrepentidos y los políticos lobos encubiertos. Profusión de datos y abundancia de personajes para una realidad que, sin embargo, queda clara y que podría resumirse en dos palabras: corrupción y cinismo.
Sorrentino trabaja el personaje de Andreotti desde la caricatura, con un rostro hierático, postura exageradamente encorvada y movimientos hasta ridículos, rasgos impecablemente encarnados por Toni Servillo. Sus inteligentes y concisas respuestas, sus silencios y miradas ambiguas vienen a reforzar la tesis del director acerca de un hombre sin escrúpulos y con las espaldas bien cubiertas por la información comprometida que disponía en su “archivo privado”, de conciencia deformada y reprimida, con un dolor de cabeza continuo por la complicidad en tantos asesinatos o tramas de corrupción. Junto a esa exageración del enigma y de lo retorcido, Sorrentino deja también entrever cierta humanidad reprimida y sobriedad franciscana en su “divo”, con la que matiza una personalidad tan caleidoscópica. Sin embargo, la complejidad de los asuntos tratados y la entrada en escena de la misma Mafia que todo lo controla hace sospechar y albergar recelos sobre la postura tan sesgada de Sorrentino.El director domina como nadie el montaje cinematográfico para asociar imágenes presentes y pasadas, de un lugar y otro, de forma que el resultado lleve al espectador a realidades y juicios en que siempre el político democristiano parece ser “la mano que mece la cuna”.
Si la figura de Andreotti es intencionadamente tergiversada, también lo son en muchas ocasiones las imágenes tratadas con grandes angulares que las deforman o con movimientos de cámara manieristas, como si el escenario político fuera el teatro de las mentiras y falsedades de nuestra época. La fotografía es tremendamente eficaz, con luces frías que generan ambientes y personajes solitarios y sin humanidad, o rincones tenebrosos que suscitan misterio y desconfianza, lo mismo que una música arriesgada que pasa de lo sinfónico a lo eléctrico con asombrosa facilidad y con la que quiere mostrar la esquizofrenia de una clase hipócrita.En definitiva, Sorrentino demuestra ser un artista de las formas cinematográfica escogiendo las idóneas para transmitir un tono ambiental y dibujar a sus personajes, y también un narrador nada convencional que juega con el tiempo y los hechos con soltura y eficacia. Lo que suscitan más dudas es la rectitud al hacerlo de manera tan despiadada y tendenciosa. Habrá que seguirle la pista en sus próximos trabajos. De momento, Il Divo, hay que verlo.


1 comentario:

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